Tenía que ser el 27 de noviembre, el Día del Maestro, cuando Dios llamara a Don Tomás para la escuela del cielo.
A primera vista parece mentira que un hombre tan grande, con tanta vitalidad, con tanta personalidad, tantas dotes para la docencia, tanta capacidad de entrega y de amor a los demás, se nos pudiera ir así, difuminándose poco a poco, dejándose vencer por la enfermedad. Parece mentira, pero Dios le ha llamado para otras tareas en el cielo, para que desde ahí arriba siga educando y enseñando a sus nietos, como lo hizo aquí abajo con sus hijos, para que siga cuidando de su familia como en la tierra dio buen ejemplo, pendiente siempre de los suyos.
Para mí, que he sido alumno de Don Tomás, cuando tuve que decidir sobre el maestro de mi hijo, no dudé ni un segundo en elegirle a él, como el mejor que podía haber tenido y así mi hijo me lo reconocía y agradecía el otro día, cuando le comuniqué la muerte de nuestro maestro.
Don Tomás me enseñó a leer en un libro del Quijote infantil que él trajo a la escuela. Con Don Tomás aprendimos a escribir sin faltas de ortografía, con aquellos dictados que hacíamos a diario. Aprendimos las matemáticas, las formas geométricas, las primeras palabras de francés y como entonces era obligatorio, también la religión, de una forma mucho mas amable que nos podía haber enseñado ¡Válgame Dios! el cura.
No podremos olvidar nunca aquellos meses de mayo con el altar de María en la escuela, rodeada de las flores que cogíamos en el campo y los rezos que sin duda tendrían que acompañarnos en la formación religiosa que todo hombre necesita.
Con Don Tomás aprendimos botánica, regando los tiestos de la escuela, plantando esquejes de geranios, y como no, descubrimos la naturaleza, el campo, nuestro término municipal, cuando hacíamos esas excursiones veraniegas saliendo a pasear en aquellas tardes soleadas, donde aprendimos a conocer y a cuidar el medio ambiente.
No olvidaremos las tablas de gimnasia cuando tocaba hacer deporte, como eran de divertidas aquellas clases que ayudaban a formarnos físicamente.
Pero si algo ha habido inolvidable y ejemplar en este gran hombre y gran maestro ha sido como compartía con nosotros, sus alumnos, los juegos en el recreo. Jugábamos al fútbol con Don Tomás en las eras, donde toda la escuela participaba y todos recordaremos aquellos momentos tan divertidos que hemos vivido. No he vuelto a conocer ningún maestro tan implicado con sus alumnos como Don Tomás Martín.
Algún palo nos habremos llevado por portarnos mal, pero ese palo ha evitado que de mayores fuésemos peores de lo que nos hubiera correspondido. Entonces la educación era así.
Luego llegó el transporte escolar y al juntarnos en el colegio de San Esteban y posteriormente en el Pradillo, los alumnos de varios pueblos de la comarca, bien se podría evaluar la educación y la formación que habían recibido unos y otros y ahí, bien podría estar orgulloso Don Tomás de su labor, pues los alumnos de Vega de Santa María fueron los mejor académicamente preparados y sin causar ningún problema en el aspecto educacional.
Todo es obra de Don Tomás, por su entrega, por su gran sensibilidad con los alumnos y por la capacidad que tenía de transmitir sus conocimientos de una forma clara, natural y tan sencilla, que ir a la escuela se convertía en algo amable.
Por eso no olvidaremos nunca la figura de este gran hombre y mejor maestro, que no descuidó ni un momento a sus alumnos, con el que aprendimos hasta a jugar al ajedrez y a hacer teatro, y tareas tan cotidianas que luego nos han servido de gran cosa en la vida.
Don Tomás , y ahora hablo por mí, ha despertado inquietudes que han significado mi trayectoria vital, enseñándome lo principal que he aprendido en esta vida: que esforzándome se pueden conseguir cosas.
Con Don Tomás, y ahora hablo por mi hijo, recibió una educación tan sublime, que cuando cambió de colegio llamó la atención de los otros profesores que tuvo allí, por el amplio vocabulario adquirido, por su forma de dibujar, por cómo ordenaba las cosas, y por la estructura mental de los conceptos que tenía que aprender de la vida.
Todo eso se lo debemos a este hombre que tuvimos la suerte de conocer en Vega de Santa María, donde vivió como un vecino mas con su mujer Doña Mari, donde nacieron y criaron a sus cuatro hijos, que se integraron perfectamente en el pueblo, en un plano de igualdad, dejando muchos amigos y una sensación de pertenencia que en estos casos ha sido ejemplar.
La gran valía de Don Tomás como hombre, quedó después demostrada en las federaciones de pelota a mano en las que participó, la Abulense y la de Castilla y León.
Su labor allí, ha sido memorable y el reconocimiento de su trabajo también palpable. El amor que tenía por la Vega nos llevó a muchos a que participáramos de este saludable y tradicional deporte y que de alguna manera quiso salvar haciendo florecer la tradición que siempre había habido en nuestro pueblo y que hemos visto cómo se perdía. Todo esto se lo debemos a la figura de Don Tomás Martín Gómez, a la par de otras muchas cosas que sin duda en este momento de dolor se nos escapan, pues tantos recuerdos se prestan a que un nudo en la garganta no permitan verbalizar lo que los dedos tienen que escribir en el teclado.
Decimos adiós a Don Tomás pero nunca a su recuerdo y comenzamos a trabajar para que su memoria esté donde tiene que estar: reconocida en un pueblo al que le debe mucho, mas de lo que imaginamos y en el que no estamos acostumbrados a reconocer a los grandes hombres que han pasado por aquí.
Adiós Don Tomás, te vas aflorando recuerdos de nuestra infancia y dejando huella permanente en nuestro corazón.
Javier Jiménez