La Revista de Vega de Santa María Todos los Santos

EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

El primero de noviembre se celebra desde antiguo el día de Todos los Santos.

Este día estaba cargado de sentimiento y de espíritu solidario y de colectividad, expresado a través del respeto, del recuerdo y de la oración..

La tradición en la Vega del día de Todos los Santos, desde hace más de un siglo, poseía un profundo significado religioso y tenía poco de lúdico.

Conocemos que en el Siglo XIX y hasta mediados de XX, en que llegara nuestro actual cura párroco, don Gervasio Díaz Cabrera, este significativo día, comenzaba con la Misa de Difuntos a las diez de la mañana. Los fieles acudían a la iglesia con veleros, palmatorias y el reclinatorio para hacer honor a los antepasado fallecidos.

La iglesia no poseía bancos adelante y las mujeres caminaban con sus atuendos de luto a ocupar los puestos primeros del templo, donde colocaban sus reclinatorios o sillas. Los hombres se disponían en la parte trasera de la iglesia, donde había unos bancos de madera y los mozos se subían al coro, que en la ermita de la Vega se conoce como Tribuna..

Tras la misa, era tiempo de recogimiento, de poca fiesta y así transcurría la mañana. Después de la comida del mediodía, a primera hora de la tarde, se acudía al cementerio, a la señal de la campana que tañía a difunto, en comitiva encabezada por el entonces sacerdote, Don Segundo Nieto Alfayate, y seguida por las autoridades del Ayuntamiento y el Juez de Paz..

Una vez llegados al cementerio, se rezaba un responso al pie de cada sepultura, punto de referencia donde las familias sentían cercanos y visitaban a sus seres queridos. El sacerdote, revestido y flanqueado por los monaguillos que portaban la bandeja donde se depositan las limosnas, elevaba en latín sus letanías que eran contestadas por el pueblo.

Terminadas las oraciones del cementerio, los fieles acudían a los domicilios de los difuntos del año, -sin la presencia del sacerdote- y rezaban un rosario en cada casa. Todo el pueblo acompañaba en un gesto de fraternización y unidad que nunca debió perderse.

Así transcurría la tarde, con el recuerdo y el respeto de aquellos santos que fueron vecinos como los que les honraban, hombres de carne y hueso, llamados como todos a la santidad, con sus pasiones y sus grandes dificultades que tras encontrar la muerte, eran recordados en ese día por sus convecinos, como los que cumplieron obras de misericordia, amaron a Dios y a sus semejantes.

Esta tradición marcaba la verdadera Comunión de los Santos, que dicta la Iglesia, en la unión espiritual de los vivos, con todas las generaciones pasadas y futuras. Era esa unión de los que aún estaban en camino, con los que ya descansaban en la paz de Cristo.

Al anochecer, la comitiva del sacerdote y las autoridades civiles, recorrían las casas del pueblo, mientras las campanas doblaban, pidiendo limosna para celebrar una novena a las Ánimas que comenzaba el día 2 de noviembre y se prolongaba durante los nueve días siguientes. A la llamada con la esquila del monaguillo, a la puerta de las casas con la frase “Ánimas Benditas”, los vecinos depositaban en el bonete del sacerdote, el correspondiente donativo destinado a sufragar los costes de la novena.

Las campanas seguían doblando durante toda la noche, hasta la llegada del alba, al menos mientras era Don Nazario Gómez el encargado de cumplir con este servicio. Otras veces, posteriormente, el campanario se alumbraba con velas y los monaguillos eran los únicos que ponían un toque lúdico a aquella celebración.

No eran conocidos los dulces típicos, que ahora se nos ofrecen por doquier en esta festividad.

Eran días de espiritualidad y recogimiento religiosos, de reconocer a aquellos bienaventurados con muchas virtudes y grandes méritos, que nos dejaron para caminar hacia la providencia de los designios de Dios, pasando inadvertidos muchos de ellos ante nosotros, para reunirse allí, en la grata compañía del Cielo, con nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros antepasados.

Esta, como otras tradiciones de Vega de Santa María, poco a poco han ido perdiéndose y olvidando su significado. Hoy sólo queda una misa en recuerdo y la correspondiente visita al cementerio, para depositar unas flores sobre la sepultura, rezar el responso y el deseo de volver al año próximo..

Fue a Santa Mónica a quién atribuyen la costumbre de rezar por los difuntos, cuando en el año 387 le pedía a su hijo San Agustín: “Solamente te pido que te acuerdes de mi ante el altar del Señor en cualquier parte donde estés”.

En memoria de todos los difuntos de Vega de Santa María, transcribimos aquí los versos del poeta palentino Jorge Manrique, que escribió a la muerte de Don Santiago, su padre:

Recuerde el alma dormida Jorge Manrique
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
tan callando,
Cuán presto se va el placer;
cómo después de acordad ,
da dolor;,
cómo, a nuestro parescer;
cualquiera tiempo pasado
fue mejor:
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar Una de las estaciones
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
> que es el morir;
allí van los señoríos derechos
a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
>Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar,
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin , errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos
y llegamos
al tiempo que fenecemos,
así que cuando morimos
descansamos.

| Política de Privacidad | Contacto | ©2005-2008 Acove