El día seis de enero, manda la tradición cristiana que a los niños se les traigan juguetes y regalos, como aquellos tres Magos de Oriente hicieron con el Niño Jesús, recién nacido en Belén, al que le ofrecieron oro, incienso y mirra.
Cada año los niños tienen muy en cuenta esta fecha del calendario para hacer realidad sus sueños: escriben sus cartas, expresan sus deseos y comienzan a soñar con la noche mágica del día de reyes.
La fiesta se va preparando personalizándola con carteros reales, con mensajeros de sus majestades o incluso, con la propia presencia de los reyes en los centros comerciales, e instituciones públicas, que culmina con una espectacular cabalgata, que invita a los niños a dormir deprisa y hacer proposiciones de buenos comportamientos y mejores deseos.
Luego vendrán los regalos, principalmente electrónicos, interactivos, visuales y de una complejidad técnica que hará a los padres reflexionar y mucho, sobre la abundancia, la conveniencia y la añoranza de sus experiencias en otra época.
Dicen que las edades del hombre se dividen en cuando creen en los Reyes Magos, cuando dejan de creer en ellos y cuando se convierten en Reyes Magos. Y algo debe tener de cierto la máxima, sobre todo cuando se piensa en cuan diferente eran aquellos reyes a los de ahora.
Los papás de ahora recibían aquellos Juegos Reunidos Jeyper, cacharritos de aluminio para la cocinita, el excalextric, las muñecas Nancy con sus vestiditos, el Exin-castillos, algún coche teledirigido con cordón umbilical a un enorme mando o un monótono tren eléctrico que daba vueltas mientras duraban las enormes pilas Cegasa.
Pero el merito estaba en los abuelos. Los abuelos de niños no tuvieron esa profusión de regalos, ¡ni si quiera de juguetes!. La pepona de trapo nunca llegaba para la fecha de los Reyes Magos, siempre la estaban terminando de construir. En los mejores casos, si llegaba la muñeca, se disfrutaba ese día y era guardada para el año siguiente. Los chicos aprendieron a jugar con juguetes fabricados por sus propias manos. En la ventana, los Magos de Oriente de nuestros abuelos, dejaban naranjas, granadas, castañas o nueces, como mejores regalos. Frutas y frutos entonces exóticos y escasos por estas tierras abulenses, que sólo los Magos podían hacer llegar.
Fue aquella escasez de juguetes y medios para fabricarlos, lo que ha fomentado la imaginación y la habilidad de nuestros mayores para sacar de sus propias manos, -ahora que los tiempos han cambiado-, verdaderas joyas y obras de arte, que tienen como destinatarios sus nietos. Son muchos los abuelos que, con más tiempo y más materiales puestos a su alcance, fabrican con madera los juguetes a sus nietos, evocando sus oficios antiguos y su vida de pequeños.
De sus manos salen cocinitas, casas de muñecas, habitaciones en miniatura decoradas y amuebladas hasta con el más mínimo detalle, herramientas reproducidas con total fidelidad, carros, remolques, construcciones formadas con multitud de piezas pequeñas...
Estos artesanos, muestran su saber hacer con la inspiración de donar a los más pequeños, el juguete propio que ellos no tuvieron, reflejo de una época que seguramente no volverá, pero que es real como la vida misma, palpable que se encuentra en cada casa y en casa calle, mucho más visible que el mundo virtual de las videoconsolas y de las máquinas electrónicas.
Aperos agrícolas en miniatura, herramientas propias de la actividad rural, artefactos mecánicos reproducidos en madera, aparatos de medida cuyo nombre se pierde en la actividad comercial de mediados del siglo pasado, animales domésticos, adornos, útiles de cocina, de oficios desaparecidos, etc. son motivos para la imaginería de nuestros mayores, que a veces encontramos expuestos sobre la vitrinas de algún bar, en los salones de muchas casas o en otras estancias cuyo origen, no lo olvidemos, es el de ofrecerse a los nietos, como regalos para que jueguen, para que aprendan de costumbres antiguas o para que guarden como reliquias, los más pequeños de las casas que hoy tienen tantos juguetes como piden y que en otro tiempo, aquellos Reyes Magos nunca trajeron.